
Este artículo fue traducido por Anabelle Garay.
JEFFERSON PARISH, La. — El año escolar de la escuela primaria Washington concluyó a las 2:35 pm de un caluroso martes de mayo. Aun así, Malaysia Robertson, de 9 años, permaneció afuera del plantel.
Ella había pasado la mayor parte de su vida en la pequeña escuela pública de este suburbio de Nuevo Orleans, donde vive con su abuela. Su escuela no volvería a abrir sus puertas al comienzo del nuevo año escolar en septiembre. Al igual que miles de otros estudiantes del distrito escolar más grande de Luisiana, a ella se le asignó a un nuevo colegio como parte de un plan de consolidación que afecta a casi uno de cada 10 estudiantes afroamericanos como Malaysia. Esta es una cifra desproporcionada.
En ese último día de clases, ella no quería despedirse.
“Íbamos corriendo por los pasillos llorando y todo eso”, dijo Malaysia, recordando su último día en tercer grado. El estacionamiento seguía lleno de estudiantes, familias y maestros mucho después de la 4 p.m., todos abrazándose antes de salir de la escuela por última vez.

